miércoles, 8 de junio de 2011

Salir con una chica que escribe*

(por Damián Fresolone*)


Salir con una chica que escribe permite compartir la inmensa satisfacción de amontonar boletos con pequeñas frases espontáneas que en un 99% terminan sin publicarse, de tener pequeños archivos de algunos pocos bytes en el escritorio de nuestra PC que tarde o temprano terminarán en la papelera de reciclaje y de acabar un cuaderno por semana con tan solo intentos fallidos de cuentos cortos.
           
A la chica que escribe es fácil identificarla. Es aquella que va por la calle preguntándose “¿Porqué los anuncios publicitarios no tienen comas?”. Es la que cree que de cada grafitti podría hacerse una historia publicable y la que intenta diferentes anagramas cuando lee los volantes de una pizzería de barrio repleta de ofertas.

Suele realizar análisis profundos poco comunes, por ejemplo: Sus bandas favoritas no son seleccionadas por la correcta ejecución de las sucesivas notas, sino, por la densidad de contenido que emergen de sus letras. Es por eso que no suele encadenarse a un género musical sino a una pluralidad de buenos escritos no tan bien cantados. Algo similar ocurre con los obsequios, al recibir un inmenso y pretencioso ramo de rosas blancas jamás observará las mismas y se perfilará directamente a la tarjeta con el fin de absorber al máximo la construcción sintagmática allí explicitada.

            La chica que escribe no sabe enviar un mail si no es repleto de figuras retóricas, suele comenzar con un “intentaré resumir” y terminar con “disculpen si fue un poco extenso”; le cuesta eternidades armar la lista del supermercado por ser únicamente una enumeración de sustantivos tangibles; detesta los diarios online por tener más errores ortográficos que aciertos climatológicos; y enfurece en voz baja con sus amigas por la falta de evidentias en sus mensajes de texto.

            Difícilmente se case por iglesia, y si lo hace, realiza un exhaustivo análisis del discurso sobre las pronunciaciones del cura. Intentará observar por sobre la manga del párroco si ese “primer libro” llamado biblia que mantiene en alza posee realmente algo escrito o fueron únicamente herramientas de oratoria espontánea. Por último, el constituyente sintáctico “sí, acepto” le parece escaso, incompleto e inexacto, y agregaría una eternidad de subjetivemas antes de estampar la firma sin retorno.

            Luego de cualquier entredicho amoroso, aunque suele ser algo orgullosa, es capaz de sorprender con no menos de diez carillas explicando los motivos por el cuál no dio el brazo a torcer, evocando cuantas cronografías y eufemismos pudiera. Lo presentará de manera prolija, como todo lo que escribe aunque sea un recordatorio para la heladera, y lo dejará a 45º sobre la mesa del living, característica indispensable que provoca una cuota mayor de romanticismo.

            Es precavida, al momento de dar a luz tendrá preparada una caja de lápices de colores, un cuaderno con hojas en blanco y, por las dudas, un manual de estilo frente a la nursery. La chica que escribe improbablemente opte por llamar a sus hijos Juan y María Su elección gira en torno al peso semántico de los sustantivos propios en cuestión y no a la vanguardia de moda actual. Posteriormente, durante la crianza, no se desplomará al escuchar un balbuceante “mamá”, sino, al observar el crío amarrar el lápiz con sus cinco dedos y ejecutar un rayón similar a una larga “i” (mayúscula).

            Ya en familia, la Navidad pasará desapercibida, excepto por un motivo. Mientras la mayoría, luego de la séptima copa de vino, discutirá sobre la música en curso, sobre el último superclásico o sobre la excesiva utilización de pirotecnia, ella intentará enamorarte involucrándote en el histórico debate de Jackobson y Saussure sobre la distancia entre las metonimias y las metáforas. Además, y bajo la misma temática, nunca entendió porque las tarjetas para las fiestas vienen impresas con una imagen y brillantina en su tapa, con una frase trillada en su apertura derecha y con el código de barras sobre la contratapa “¿Y el espacio para explayarse? ¿Es acaso una tarjeta festiva o un díptico publicitario?”, denunciará.
            
            Salir con una chica que escribe es bosquejar un libro repleto de expolitios y paráfrasis, es unir las pasiones de una alianza frente al desenamorado editor comercial. Es destronar en un frente amoroso al elitista corrector literario.

Lograr enamorar a una chica que escribe es tan valioso como lograr escribir con una chica enamorada.


 
(*Retomando la idea de Charles Warnke –EEUU- & Rosemary Urquico –Filipinas- en “Salir con una chica que/no lee”. Ver artículos en web.)

3 comentarios:

Germán Berzi dijo...

Muy gracioso y muy bien escrito! Me gustó.

Mujer de mar dijo...

No se como llegué a leer esta publicación, pero debo decirte que me encantó. Muy cierto lo que escribís. Las palabras son muy precisas y claras. Muy buena la descripción!

Jilguero De Luto dijo...

Así parece fácil, pero la chica que escribe también tiene temores, dudas, conflictos internos, una necesidad de soledad y de autosatisfacción que parecen interminables. Hay que tener valor para estar con una chica que escribe o que lee.

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