miércoles, 30 de mayo de 2012

Bombos, leyes y platillos...


(Damián Fresolone para Revista Debate)


"Por cuatro días locos te tenés que divertir”, cantaba el inolvidable Alberto Castillo. Sin embargo, para las murgas y murgueros que en estos momentos disfrutan del mes de su máximo ritual y de la restitución del feriado de carnaval, no siempre fue así. Cuando el poder político siente una mosca zumbar en su oreja intenta disuadirla; si no lo logra, la ahuyenta.
El origen de la murga porteña, tal como la conocemos hoy, se sitúa en la segunda década del siglo XX. Sin embargo, como indica la socióloga e historiadora Leticia Maronese en su publicación Temas de patrimonio cultural, existen oficialmente otras manifestaciones carnavaleras en nuestro país desde 1771. Si bien sus características distan mucho de las expresiones porteñas actuales -se limitaban a presentaciones de comparsas y grupos musicales insertos en medio de un gran baile popular- el pueblo comenzaba, mediante la cultura, a tomar y compartir espacios para el regocijo y el goce personal.
Llegando a 1869 las comparsas se “oficializan”, determinan sus reglamentos, su estructura jerárquica a base de directores y se utiliza por primera vez el término “corso”.
Pero es recién en 1920 cuando el género murguero nace como tal por la necesidad de configurar una identidad centrada en la concepción y la representación barrial. La antropóloga Alicia Martín afirma que “a fines del siglo XIX estas agrupaciones llevaban al escenario las formas folclóricas de sus lugares de origen”. Y, posteriormente, hacia 1920, los grupos de carnaval que se unían por afinidades étnicas y nacionales, pasaron a representar a los distintos barrios porteños.

DECRETOS Y NORMAS
El carnaval en la Argentina fue históricamente un espacio de conflicto para el poder político de turno. Desde aquellas primeras expresiones en Buenos Aires durante la segunda mitad del siglo XVIII se puede observar el desvelo en la dirigencia por contener a una sociedad que ante esta celebración parecía “perturbarse”.
En 1771, el gobernador Juan José de Vértiz y Salcedo determinó que los bailes carnavaleros se realizaran dentro de espacios cerrados. Años más tarde, en 1799, el virrey del Río de la Plata, Gabriel de Avilés, prohibió arrojar “agua, huevos, harina ni otra cosa alguna so pena de multa o de trabajar en el empedrado, con el principal propósito de que las personas de respeto pudieran concurrir con tranquilidad a las corridas de toros que se realizaban en esos días”, como señala José María Mariluz Urquijo en El Virreinato del Río de la Plata en la época del Marqués de Avilés.
Durante la primera mitad del siglo XIX el carnaval volvió a ser un fenómeno masivo innegable. Y volvió a convertirse en un dolor de cabeza constante para ciertos gobiernos impacientes por imponer “su” orden social.
En 1847, Domingo Faustino Sarmiento viaja a Roma a visitar al Papa y vuelve conmovido por la gran fiesta popular que observó en las calles, recuerda Coco Romero, director de los talleres de Murga y Carnaval en el Centro Cultural Ricardo Rojas. Sin esperar más, a pocos meses de ser electo presidente de la Nación, Sarmiento instaura en 1869 el primer corso oficial de la Ciudad de Buenos Aires. El multitudinario vuelco de los vecinos en las calles lograba que hasta los funcionarios se hicieran presentes en los festejos.
El auge de la murga y el carnaval porteño llegó a su punto máximo durante los primeros años del siglo XX. Para ese entonces, al atractivo corso oficial de la Avenida de Mayo se le agregaron los de Flores, Liniers, Villa Lugano, Nueva Chicago y La Boca.
Pero una vez más la fiesta popular -casi indispensablemente contrahegemónica- vuelve a lidiar frente el poder político cuando el golpe militar de 1932, encabezado por el general José Félix Uriburu, determina la prohibición de máscaras, antifaces y demás elementos que oculten total o parcialmente el rostro.
Durante la presidencia de Juan Domingo Perón, en febrero de 1953, se suspende el corso oficial y se restringen los barriales, posiblemente por el fallecimiento de Eva Duarte.
Luego, a la autodenominada “Revolución Libertadora” no le fue nada sencillo ejercer el control en este ámbito por un motivo tan simple como irreversible: el carnaval ya estaba instaurado en el seno de la sociedad, las prácticas se habían extendido más allá de los corsos establecidos y los bailes carnavaleros en los clubes concentraban a miles de personas por noche. Al poder de turno, sólo le restó salvaguardar la suspensión del corso oficial.

SIN CULTURA Y SIN FERIADO
Sin dudas, la etapa más oscura para las murgas -como para la mayoría de las actividades culturales de nuestro país- en los años recientes se abrió con el último golpe de Estado de 1976. El espacio de la expresión, del discurso crítico y el masivo vuelco de los vecinos a las calles se vieron frenados por el miedo y la persecución a murgueros militantes y comprometidos socialmente.
Pero no fue solamente con la fuerza del aparato represivo militar que se intentó -y en gran parte se logró- apagar la vieja tradición popular, sino también con la mano directa de la Junta Militar. A tan sólo dos meses de la irrupción de las Fuerzas Armadas en el poder, el 9 de junio de 1976, mediante el Decreto-Ley 21329 firmado por Jorge Rafael Videla, se determinaron los nuevos feriados nacionales. De esta manera, según señalaba el Boletín Oficial del 14 de junio de ese año, quedaba sin efecto el artículo 1º del Decreto -Ley 2446/56, que junto a los Decretos 2553/51 y 3391/55 determinaban al lunes y el martes de carnaval como días no laborales.
Fue innegable el interés de los militares por eliminar rápidamente esta fecha del calendario. Para el legislador porteño del Frente para la Victoria, Francisco “Tito” Nenna, “el carnaval fue un principio cercenado por la dictadura porque las murgas plantean la libertad de la cultura popular en su máxima expresión”.
Más allá de la alegación por parte del gobierno de facto de eliminar dichos feriados del almanaque únicamente para “incrementar la productividad nacional”, Luciana Vainer, integrante de la murga Los Quitapenas y escritora de Mirala qué linda viene, considera que la eliminación se produjo con el fin de evitar el encuentro, la reunión en espacios públicos y las manifestaciones populares relacionadas con la alegría, la opinión y la libertad. “El carnaval es lo opuesto al control y la censura”, señala.
Un tercer componente que se suma a la persecución física y a la eliminación del feriado de carnaval es la censura a las canciones con componentes críticos, muy características de las murgas. En esta doble vía de censura oficial y autocensura forzada, las letras más contestatarias dejaron de pronunciarse sobre los escenarios y fueron ganando lugar aquéllas que hacían una crítica superficial de la farándula y el fútbol, diluyéndose así el flanco concientizador de la murga.
Los elementos de resistencia inherentes a la lucha cultural -o contracultural- también existieron en el ámbito carnavalero. Por eso es que en menor medida y con numerosos controles la gente continuó celebrándolo. “El carnaval no se prohibió, se quitó del almanaque”, recuerda Luciana Vainer.


PATRIMONIO CULTURAL Y ASUETO
La mancha dejada por el último golpe cívico-militar fue difícil de reparar en todo el ambiente cultural. Con mesura, las distintas agrupaciones de carnaval retornaron a las calles a fines de la década del ochenta, y con mayor osadía a partir de los años noventa, cuando la democracia comenzó a consolidarse.
Sin dudas, un empujón visto con muy buenos ojos en el ambiente murguero fue la Ordenanza 52039, publicada el 2 de octubre de 1997. Allí, se declara “patrimonio cultural a las actividades que desarrollan las asociaciones o agrupaciones artísticas de carnaval -centro murgas, comparsas y agrupaciones rítmicas-, en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires”, y se compromete al gobierno porteño a promover y difundir la organización de corsos en los distintos barrios.
Como corolario, para fomentar y organizar dicha actividad, la ordenanza determinó crear la hoy llamada Comisión de Carnaval, dependiente de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Años después, el primer gran paso en la lucha para la restitución del feriado se dio, para muchos murgueros, el 24 de junio de 2004. Ese día, la Legislatura Porteña aprobó la Ley 1322 que estableció como “días no laborables” al lunes y martes de carnaval, únicamente para la administración pública y dentro de la jurisdicción de la Ciudad.
Si bien los primeros años de este nuevo siglo fueron caracterizados como un “período de auge” para el circuito carnavalero porteño. Al menos cuantitativamente, se recuperó la fiesta en los barrios. En 1995 existían once corsos y 42 agrupaciones participantes; este año son 35 con casi 110 murgas involucradas.
Pero una deuda ligada al poder político no dejaba encender de lleno las lamparitas de cada escenario. A pesar de transitar una democracia ya consolidada, ningún gobierno se hacía eco a los reclamos que distintos sectores del amplio campo carnavalero exigían. Desde 1997, multitudinarias marchas convocadas por la Agrupación M.U.R.G.A.S., el Frente Murguero y Murgas Independientes de Capital Federal y el conurbano bonaerense desfilaban de Congreso a Plaza de Mayo reclamando la restitución del feriado. Lo mismo ocurría en la ciudad de La Plata, con su marcha carnavalera en diciembre y en el Encuentro Nacional de Murgas en Suardi, un pueblo del noroeste de Santa Fe.
El 14 de setiembre de 2010, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner envió un proyecto de ley -luego efectivizado mediante el Decreto 1584 debido a la disminución de la actividad legislativa en ambas Cámaras- con el objetivo de reordenar los feriados nacionales y días no laborables. Así el lunes y martes de carnaval volvían a formar parte del calendario. Tito Nenna, de pasado murguero en el barrio de la Boca, asegura que “este Gobierno siempre tuvo voluntad política de reinstaurar los valores de expresión popular, pero el máximo responsable del triunfo fue la incansable lucha por parte de los sectores de murgas”.
El carnaval 2011 fue el primero que se realizó tras la restitución del feriado. Los números se mostraron visiblemente positivos por donde se los mire. Según la Comisión de Carnaval, cerca de dos millones de personas se volcaron a las calles, casi el doble que la edición anterior. En cuanto al turismo, el 88 por ciento de la capacidad hotelera fue ocupada en el territorio nacional según la Cámara Argentina de la Mediana Empresa. Para los vendedores de espuma y choripán, seguramente, los números corrieron la misma suerte.
Más acá, lejos del mercantilismo, los murgueros aseguran que el feriado de carnaval no tiene valor monetario ni balance económico que lo justifique. Las nenas que corren disfrazadas de princesas testifican que les importa mucho menos el auge del turismo interno que el sueño de bailar sobre el escenario. Y para los adolescentes que encontraron, bombita de agua mediante, a su Colombina enamorada, nada les interesará más que desfilar junto a ella por el barrio, hasta que la última murga apague la luz.


Voces murgueras
Luciana (Murga Los Quitapenas): “Vivo con enorme felicidad la restitución de los feriados de carnaval. Si bien es una medida que tiende a favorecer el movimiento turístico en el país, es también una significativa reivindicación de la cultura popular. Marchar cada año por el feriado de carnaval parecía una utopía. Vivir en un país que da nuevamente lugar a la alegría y sus manifestaciones es para festejar...”.

Facundo (Murga Cachengue y Sudor): “Viene a decantar como una parte más del proceso de avance del gobierno actual sobre algunas de las heridas abiertas dejadas por la dictadura militar. Se llega a la restitución del feriado, sólo y por la participación activa y constante de murgueros y murgueras anónimos, que desde el mismo momento de la derogación hasta nuestros días, siguieron celebrando en cada barrio donde fue posible, inclusive con el hostigamiento del poder de turno en democracia. Es necesario el fomento igualitario del carnaval, sin reglamentaciones ni cupos (incentivando la participación y facilitando los medios), con el fin de no mostrarlo como un feriado turístico, y con esto distorsionar su peso y valor histórico”.

Gabriel (Murga Descarrilados de Parque Avellaneda): “Es saldar una de las heridas que dejó el golpe de Estado de 1976. Este Gobierno viene trabajando muy bien en el sentido de los derechos humanos, y la restitución del feriado nacional de carnaval es muy importante para el pueblo. Ahora vendrá la etapa de trabajar por una Ley Federal de Carnaval, que establezca parámetros para la realización de los festejos en cada lugar de nuestro país. Y para tener el aval y la no persecución en algunos sitios en los que, por cuestiones ideológicas, se persigue a los que hacemos el carnaval”.

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