jueves, 31 de mayo de 2012

La industria editorial también es récord

(Damián Fresolone para Revista Debate)

Durante 2011, la Ciudad de Buenos Aires fue declarada Capital Mundial del Libro por la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia, la Educación y la Cultura (Unesco) y  los números que proporciona el propio sector indican que pequeñas, medianas y grandes editoriales decidieron apostar a un boom en el mercado local.
Según el registro de la Cámara Argentina del Libro (CAL), ente encargado de otorgar y administrar el ISBN para cada nuevo lanzamiento al mercado, 31.573 títulos fueron los producidos durante el último año (entre novedades y reimpresiones), lo que determina un aumento del 19,6 por ciento en relación a 2010 y marca un récord histórico para el sector. De esta manera, en los últimos ocho años la producción nacional de novedades creció casi un 120 por ciento. En la misma línea, marchó el aumento en la cantidad de ejemplares publicados, que superó los 103 millones anuales.
Los editores afrontan día a día la ardua tarea de comulgar la consciente distribución de contenidos y la formación de opinión con la balanza de un negocio que sea, al menos, rentable. Es de sencilla deducción que, mientras los títulos reimpresos tendrán un éxito ya aprobado en el mercado, los nunca antes publicados, las novedades, representan un mayor riesgo por desconocer la recepción en el lector. Bajo esta perspectiva, se vuelve necesario subrayar que estas novedades también llegaron a cifras sin precedentes con un total de 26.932 lanzamientos, 18,2 por ciento más que el año anterior, según informó el Centro de Estudios para el Desarrollo Económico Metropolitano (Cedem).
Como indica Gabriela Adamo, directora de la Fundación El Libro, si bien un crecimiento en la producción de novedades no implica directamente un aumento del mercado, la mayor variedad de títulos, acompañada del incremento en la producción de ejemplares, permite observar un crecimiento genuino del sector.

BIBLIODIVERSIDAD
El informe del Cedem realiza una distinción entre las publicaciones que pertenecen a editoriales propiamente dichas, es decir las empresas o cooperativas que hacen del libro su principal actividad comercial; y aquellas otras que provienen de otros espacios, como instituciones públicas, universidades o diarios que adjuntan a su ejemplar un libro o fascículo opcional. En esta discriminación, el núcleo comprendido exclusivamente por sellos editoriales concentra casi el cincuenta por ciento de la producción local y también ha alcanzado una suma récord de publicaciones, con más de 15.300 títulos, de los cuales el 75 por ciento corresponde a novedades.
Según Tomás Manoukian, joven editor del incipiente sello Tren en Movimiento, la aparición de más títulos puede significar el crecimiento de una práctica muy orientada a satisfacer demandas concretas de lectura, para las que antes no existía posibilidad de publicar. “Desde el colectivo editorial que conformo lo vemos como una democratización de las herramientas de edición. Si cada vez desde más ámbitos se llega al libro es porque este aura particular sigue intacta en el imaginario social”, asegura.
Por otro lado, la multiplicidad en la oferta de nuevos títulos de pequeñas y medianas tiradas, de tres mil ejemplares en promedio, muestra una expansión de las editoriales llamadas “de nicho” y de un comienzo sensato de la bibliodiversidad a la que muchos sectores de la edición defienden y promueven. El director de la carrera de Edición en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Mauro Dobruskin, explica: “Aunque los análisis son complejos, ya que la Argentina carece de datos específicos de la venta de libros y sólo se da a conocer información perteneciente a la producción, es claro que el mercado de consumo en general se encuentra en expansión”. Luego agrega que esta expansión está sostenida en la incorporación de un importante número de nuevos consumidores y en el incremento del nivel de consumo de franjas con ingresos medios y altos. “En este sentido se entiende el incremento en las novedades; y éstas son, probablemente, una de las variables más precisas para medir el nivel del mercado cultural”, afirma Dobruskin.
Por su parte, Esteban Zabaljauregui, jefe de ventas de la editorial Capital Intelectual, prefiere realizar un análisis más estructural del mundo del libro y -si bien asegura que las políticas de desarrollo para emprendedores y las compras por parte de los Estados nacionales, provinciales y municipales impactaron favorablemente en el sector editorial en los últimos años- remarca que se debe dejar de lado los costos a los que se somete la editorial, por el alto nivel de devoluciones, la obsolescencia y el almacenamiento.
Otro factor de incipiente pluralismo en el sector se desprende al realizar un recorrido por las casas editoras que publican año tras año nuevos materiales o reimpresiones. Mientras que en 1995 los sellos que registraron obras fueron 1.241; en 2000 lo hicieron 1.670; en 2008 un total de 2.285; en 2011 esa cifra ascendió a más de 2.400 editoriales. Este aumento se registra tanto en entidades públicas, universidades y demás organismos, como en la actividad editorial privada. 


LA LITERATURA COMO ESTANDARTE
Sumergirse en la fantasía literaria es, para muchos amantes del libro, el único momento íntimo de construcción personal; para otros, un simple espacio de distracción temporaria. Sea cual sea el deseo o la necesidad del lector, el sector editorial parece oír la demanda. Si bien la mayoría de las temáticas aumentaron su producción durante 2011, al segregar las obras inéditas se observa una amplia participación de aquellos títulos pertenecientes al sector de la ficción. Según informa la CAL, más del cuarenta por ciento de las novedades pertenecen a literatura general y/o infantil.
Pablo Braun, director general de Eterna Cadencia, editorial fundada a mediados de 2008, sostiene que el crecimiento del sector fue aportado por tres pilares fundamentales: por un lado, la creciente apertura de nuevos sellos editoriales; por el otro, el aumento en la producción de los grandes grupos tradicionales del libro; y por último, una interesante participación de la autoedición, que se ve favorecida, año tras año, con las nuevas tecnologías.
Del informe del Cedem se desprende que el 26 por ciento del total de los títulos publicados es aportado por obras pertenecientes a literatura general y el 14 por ciento proviene de literatura infantil y juvenil, sector en el cual también aumentó el número de actores involucrados. Valeria Sorín, directora general de Editorial La Bohemia, indica que luego del proceso de extranjerización que sufrieron en la década del noventa las editoriales especializadas, la emergencia de nuevos microemprendimientos, el nacimiento de los Incuba (programa de promoción y desarrollo de las industrias culturales), el aporte de la carrera de Edición y la ruptura conceptual del discurso único, favorecieron al auge de nuevas editoriales independientes.
Lejos de marcar un nuevo esquema en el mercado del libro, estas cifras récord en el sector de la literatura infantil refuerzan una tendencia generada desde 2003, cuando se empezaron a observar constantes crecimientos en sus volúmenes de novedades y ejemplares. Mientras que luego de la crisis económica y social de 2001 se habían lanzado poco más de trescientos títulos, durante 2011 se registraron casi tres mil cien nuevas obras dirigidas a este segmento. El mismo salto cuantitativo se percibe en la producción de ejemplares: de los casi tres millones y medio en 2001, se trepó a más de catorce millones en 2011.
“Sin duda, desde 2003 y hasta el presente, influyó de forma notable en el desarrollo del sector el auge del Estado (nacional,  provincial y de la Ciudad de Buenos Aires), que se hizo responsable de la promoción de la lectura y la abundancia de libros en las escuelas, porque hay que tener en cuenta que gran parte de las publicaciones de literatura infantil no pasan por las librerías. Esto provoca que haya una oferta inusitada de títulos, estéticas y voces autorales”, asegura Sorín.
La Ciudad de Buenos Aires es el epicentro comercial para gran parte de los sectores de la industria, pero, particularmente, la producción editorial manifiesta una concentración poco comparable con otros rubros. Según los últimos datos publicados por la Secretaría de Cultura de la Nación, el 62 por ciento de las casas editoras está localizado en distintos barrios porteños y un 17 por ciento en la provincia de Buenos Aires, por lo que sólo un veinte por ciento de las editoriales se encuentra disperso en el resto del país.
Ante este contexto, puede explicarse que los números sean similares al momento de la producción ya que casi el setenta por ciento de los títulos publicados durante 2011 fueron lanzados desde sellos con base en la Capital Federal y otro diez por ciento desde la provincia de Buenos Aires, seguidos muy de lejos por Córdoba (4,4 por ciento) y Santa Fe (3,9 por ciento). Esta concentración metropolitana es aún mayor si se pone el foco sobre la impresión de ejemplares, entre los municipios de Ciudad y Provincia obtienen el 96 por ciento de los volúmenes impresos dentro del país. Se trata, entonces, de un punto para rever en el camino a la democratización total del libro. Un sistema de producción adecuado en cada epicentro provincial facilitaría el acceso de aquellos sectores vulnerados y alejados de la urbanidad, ya que son las librerías quienes -en el circuito del libro- corren con el costo de los fletes, lo que provoca frecuentemente la imposibilidad de difundir determinados títulos en ciertas zonas geográficas.

EL LIBRO EN LA BALANZA
Según un informe de la consultora privada abeceb.com, la balanza comercial del libro cerró en 2011 con un déficit de 82 millones de dólares, cifras que coinciden con las publicadas por el Cedem hasta setiembre del mismo año. Si se practica un análisis más profundo sobre los últimos informes sobre comercio exterior argentino que publica el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), se observa que este déficit en la balanza del libro es el más alto registrado en los últimos diez años y está originado por un leve aumento en las exportaciones (49 millones de dólares), pero contrarrestado por un incremento superlativo en los libros importados, que llegan a 131 millones de dólares, cifra máxima en la década. Al comparar con los años anteriores se observa un incremento de las importaciones del 18 por ciento con relación a 2010 y del 31 por ciento contra 2009; mientras que las exportaciones sólo crecieron ocho puntos frente al año pasado.
Si bien estos primeros datos sirven para entender varios de los cuestionamientos hacia los sectores únicamente importadores de libros y entender el accionar de políticas que equiparen la balanza comercial, una situación aún más adversa existe en el mercado del libro argentino. El ingreso de ejemplares desde el exterior sólo debería originarse por aquellos títulos editados en otros países e importados para su distribución en librerías o mediante el servicio de courier (envíos personalizados aeropostales), pero llamativamente otros libros llegan al país para ser recibidos. Se trata de obras editadas por completo en la Argentina pero enviadas, en formato digital, al exterior (en su mayoría a China, Uruguay y México) para ser impresas por una simple conveniencia elemental de costo-beneficio. Según Héctor Di Marco, presidente de la Cámara Argentina de Publicaciones, un 16 por ciento (lo que equivale a más de 25 millones de ejemplares) de los libros vendidos durante 2011 fueron impresos fuera del país. Sin duda, este subgrupo de títulos, junto a los que desnivelan la balanza, también provoca ruidos y permite entender que cualquier país que mediante sus políticas proteja la industria nacional, en este caso la gráfica, aplicaría cierta revisión para que este ingreso no sea indiscriminado.
A juzgar por los números mencionados de la balanza comercial, parece ser que aquel acuerdo firmado en octubre de 2011 por las cámaras que agrupan a las editoriales nacionales y el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, no mostró los resultados esperados a corto plazo. Mientras que por un lado, Isaac Rubinzal, presidente de la CAL que aglutina a algo más de quinientos pequeños y medianos sellos editoriales, se encargó de informar que desde su Cámara se encuentra la balanza equilibrada; por el otro, el presidente de la Cámara Argentina de Publicaciones, que conglomera un puñado de grandes grupos editoriales, prefirió advertir que no debería haber problemas “para todo lo que sea difusión de la cultura”.
Seguramente este debate no tendrá fin a corto plazo. Pero bastante más lejos de las balanzas comerciales, los gráficos de producción y las curvas de oferta y demanda, están los libros que gozan de buena salud. Basta sentarse en el colectivo y ver a sus coviajantes leer, o a aquellos lectores en las plazas del centro porteño en los horarios de almuerzo. A los jóvenes camino a la facultad y a los docentes de regreso a sus casas. Alcanza con pensar cuántos regalamos en cumpleaños, fiestas y otras fechas especiales, y cuántos recibimos como contraprestación, o simplemente con mirar el bolso y saber que debe haber uno al momento de emprender un viaje. O con fijar la vista en nuestra biblioteca y darnos cuenta de los que tenemos “de prestado” que nunca devolvimos y, tal vez, jamás devolvamos. 

1 comentario:

Gustavo dijo...

Bueno esta noticia es mas que alentadora. Para que los libros nunca mueran. Para que haya nuevas palabras de nuevos autores llenando los ojos de nuevos lectores. Y eso siga caontinuando generacion tras generacion

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