(por Damián Fresolone en Diario Registrado 26-06-2012)
La mesa
está servida y la televisión prendida. Alguien habla del hambre y del frío, que
algunos lo padecen y otros lo aprovechan...
Existe
una realidad global, y no sólo nacional ni regional, sobre la desigual
distribución, génesis del hambre, en diversas poblaciones de las sociedades
modernas. Y pongo hincapié en este tipo de sociedades ya que son las que revuelven
inmensas masas de valores, productos, divisas virtuales y acumulaciones de
capital inimaginables anteriormente.
Sin
entrar en la cocina de la minuciosidad de las distintas herramientas directas o
indirectas, asistencialistas o estructuralistas, para
minimizar las desigualdades y así erradicar, o reducir, “el hambre” en
nuestro país, me detengo en aceptar que el mismo existe. Existe y sería necio
negarlo. Casi tan necio como ocultar qué el mismo es inmensamente inferior al
de décadas anteriores, llegando a declarar (desde algunos sectores nada
cercanos al kirchnerismo) que es el momento “en que menos hambre hay en nuestro
país".
Más allá
de distintos planes gubernamentales hay una herramienta vital para disminuir
las desigualdades sociales que necesita, además de su ejecución, un constante apoyo
y contribución de la sociedad civil. Esa herramienta es la distribución, no del
ingreso sino, de los medios y estructuras de producción, minimizando, con la
intervención del Estado, desigualdades en el Mercado por la excesiva posición
dominante de corporaciones monopólicas u oligopólicas. Y, no casualmente, es
ahí donde se yuxtaponen dos premisas similares en la literatura, pero
antagónicas en la cotidianeidad: el hambre, por un lado; las ganas de comer,
por el otro.
Uno real,
el otro forzado. Uno doloroso, el otro frívolo. Uno en disminución, el otro en
continuo aumento.
Sí, frente
del hambre están las ganas de comer. Los carneros de la pluma y el papel prensa.
Sentados a la mesa para acompañar el menú de cualquier plan con voluntades
desestabilizadoras sin importar de donde venga el mozo. Empachados de pesimismo tercermundista y disfrutando cada
burbuja de la copa que algunos quieren hacer rebalsar para volver a verla
vacía, como hace diez años. Cuando llega el postre, despotrican a viva voz frente
a los actos destituyentes contra otros presidentes latinoamericanos pero le
brillan los ojos, si se mira en la botella, ante cualquier temblor que se
produce fronteras adentro, ya sea en Callao o en La Matanza. Terminan
de comer, jocosos, y con el café repleto de crema vuelven a pedir la carta para
elegir entre las ofertas más rancias el nuevo menú estratégico que colabore
más efectivamente en rebalsar el plato sopero de las catástrofes futuras.
No nos
equivoquemos, una cosa es el hambre, y otra, las ganas de comer de algunos
periodistas devenidos en gourmet.
1 comentario:
"Terminan de comer, jocosos, y con el café repleto de crema vuelven a pedir la carta para elegir entre las ofertas más rancias el nuevo menú estratégico que colabore más efectivamente en rebalsar el plato sopero de las catástrofes futuras". Simplemente es estupenda esa frase. Excelente nota. Escriba más seguido maestro, haganos ese favor!!
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